18 febrero 2012

Alzheimer, su compañero fiel.

Os voy a contar la historia de M.

M nació un día de Junio de 1922. Segunda de cinco hermanos. Mujer fuerte, atrevida, independiente, desenfadada, lista, emprendedora y encantadora. Trabajó desde muy pequeña en el negocio de su padre, un ultramarinos. Ella se encargaba de la tienda, mientras que su hermana mayor era responsable de la casa y de los hermanos más pequeños. Le gustaba leer y hacer auto definidos.

Era una mujer valiente. Durante la guerra civil, cuando sonaban las sirenas de alarma, ella, impasible, continuaba soñando mientras sus hermanas la llamaban para salir corriendo.

Era madre consentidora de tres niños.

Más tarde M y su marido abrieron un negocio en el barrio del Cabañal. Que hoy en día está a cargo de sus hijos. A pesar de estar jubilada, no dejó de acudir a la tienda. Cumplía la jornada laboral de cabo a rabo. No le gustaba hacer de ama de casa. Necesitaba actividad laboral. Todos los días la podías encontrar allí, como una más.

Un día M se levantó y como todos los días se dirigió a la tienda. Cuando llegó al lugar en cuestión se lo encontró cerrado. El desconcierto, la inseguridad y las dudas se apoderaron de ella.
Rápidamente contactó con una de sus hijas, la cual le dijo: "Hui es diumenge, mamá" . Su "compañero" empezó a invadirle.

Yo recuerdo perfectamente ese día. Guardo una imagen de ese momento.

Su vida no cambió de repente. Ella continuó con sus rutinas: tienda, mercado, paseos, horno, misa y vuelta a casa. También hacía viajecitos con sus amigas. Benidorm fue uno de los destinos que más visitó, creo yo. Ella también le daba al baile de los pajaritos. Recuerdo que para las excursiones siempre se ponía unos pantalones negros."¡Qué moderna es mi abuela!" - pensaba yo. Mientras que para el día a día vestía faldas con esas sayas súper "sexy". Típicas de abuela.

Pronto empezaron a suceder nuevas cosas. Empezó a tener problemas con su grupo de amigas. Las discusiones eran continuas y carecían de importancia. Con lo que sus amigas ya no tenían las mismas ganas de quedar con ella.

Hubo una época en que estuvo obsesionada con las compras. Y siempre las hacía por tríos. (Ella no dejaba de pensar en sus tres hijos). Llegó a comprar colchones, utensilios de cocina, pollos en el supermercado...

Como cada Miércoles, ella se acercaba al "mercadito" a comprar gangas. Se compraba siempre la misma chaqueta. Una chupa de cuero negro. Por lo visto le encantaba. Al final, su hija tomó una decisión. Cada Miércoles le hacía llevar puesta su chupa de cuero. Con la única intención de que al llegar al mercado y volver a escoger la misma chupa se diera cuenta de que era la misma que la que tenía y que además, la llevaba puesta en ese momento.

Época de obsesión de pollos -sí, pollos. Pollos para la paella de los domingos. Cada vez que pasaba por el Consum compraba tres pollos. Hasta que un día se juntó con no sé cuántos de ellos. "Pollastres per a tota la familia".

Recuerdo que el dinero lo tenía muy bien amarrado. Cuando le pedíamos dinero para merendar, nos daba lo justo para comprar una cosa, y nada más que una. "Yaya, dame un poco más que con esto no me llega". "¡No! con eso sí te llega.". Después de un tira y afloja y con miradas de rabia, ella te daba un poquito más. Pero no mucho más que para una ensaimada o croissant.

Cruzaba los semáforos a sus anchas. Ella hacía de semáforo móvil. Levantaba la mano y lanzaba un grito: "Paaaara POLLO!!!", (por lo visto tenía obsesión con los pollos). Hacía que el coche se detuviera para ella poder cruzar la calle.Casi siempre lo conseguía. Pero no dejaba de ser una actitud un poco kamikaze, todo hay que decirlo.

 M era una mujer conocida en el barrio y todos la saludaban por la calle.
La gente de a pie no era consciente de sus "extrañas" actitudes. Ella disimulaba a la perfección. No preguntaba cosas que no fueran comprometidas para no caer en la trampa. Siempre era cordial pero intentaba no profundizar en las conversaciones. Decía lo justo y necesario. Era consciente de sus nuevas deficiencias, pero era tan lista y pícara que sabía muy bien cómo sobrellevarlas para que los demás no se cercioraran.

Pese a todos los errores que empezaba a cometer, no se le cerró ninguna puerta. Ella iba sola cuando, como y donde quería (como había hecho siempre). Había que dejarla vivir a sus anchas después de todo. No era tonta, con lo que tenía sus trucos para salir o solventar de la mejor manera posible cualquier problema o duda que tuviera.

Llegó el momento también de las repetidas preguntas. "Què dinem?On anem?què fem?". Ella sabía que se le olvidaban las cosas, pero no tenía problema de volverlo a preguntar. Siempre había que repetirle las cosas infinitas veces. No aceptaba un "Ya te lo he dicho antes" por respuesta.

Más tarde se buscó una mujer para que se hiciera cargo de ella de día y de noche. Lo mejor para ella era dejarla vivir en su casa y con sus mismas rutinas para no añadirle más cambios a su vida. Esto era posible con 24 horas de vigilancia diaria.
Al principio era muy reticente. Al fin y al cabo había una extraña viviendo en su casa. Después de tantos años viviendo a sus anchas le costaba aceptarlo. Pero al final, claudicó.

Con el paso del tiempo "su compañero" se fue apoderando cada vez más de ella. Perdiendo facultades numéricas, más lapsus, olvido de nombres de los familiares, actitudes más irracionales. Cada vez participando menos en las conversaciones. Dejando atrás el razonamiento de las cosas y los recuerdos. Lo que nunca olvidaba era el nombre de su marido y el suyo propio. 
Todavía recuerda muchas canciones, eso sí, tienes que ser tú quien lleve la voz cantante, ella acaba las frases. Me gusta escucharla cantar rancheras en el coche, está monísima.

M es mi abuela y padece alzheimer.

¿Sabéis lo que más aprecio de ella? que pese a todo, cuando le hablas de manera cariñosa o la abrazas, siempre te brinda una sonrisa. No sabe cómo te llamas, no sabe bien quién eres. Pero sabe que le perteneces y te habla con la mirada.

Después de todo, ahora está tranquila y vive muy bien. Unida y querida por su familia, lo cual es muy importante.

Esta enfermedad tiene diferentes fases y su avance depende de cada persona. En mi opinión, creo que la más difícil es la primera etapa: aceptación de la enfermedad. 
Doy fuerzas a todas aquellas personas que han pasado o están pasando por esta experiencia.  Este tipo de personas necesitan el cariño de sus familiares y una rutina para sobrellevar su enfermedad. Es un camino lleno de obstáculos. Una enfermedad difícil que envuelve al enfermo, pero sobretodo a los familiares. Y desde mi punto de vista, pienso que hay que armarse de paciencia y acompañarlos en su viaje. 
Un camino que cada vez va siendo más turbio pero que recordaréis con muchos momentos simpáticos, agradables y cómicos.

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