17 enero 2012

Bla Bla



Todo el mundo tiene un rincón donde reunirse con sus amigos. 

Mi rincón preferido es "El Bla bla", así le llamamos mis amigas y yo. 
Es una cafetería situada en la zona de honduras, en Valencia.

La primera vez que entré allí me hechizó. 

El primer impacto al cruzar la puerta es de un lugar oscuro y recargado. Pero una vez dentro, lo sientes como un ambiente cálido, íntimo y tranquilo. Es una cafetería universal que se ajusta tanto a grupos, parejas como a familias. 

En el Bla Bla predomina el color granate, todo decorado con mobiliario clásico de madera oscura y las paredes repletas de fotografías estilo retro.

Detrás de la barra (también de madera) se encuentran dispuestas un número infinito de botellas de innumerables licores, de diversas formas, colores y tamaños. Todas ellas están expuestas en una gran y extensa estantería también de madera. 

La barra se esconde debajo de incontables platos, vasos y cuencos donde ellos sirven los frutos secos. A menudo te obsequian con un bol repleto de cacahuetes, altramuces, kikos, pipas, pipas de calabaza y galletitas, que a pesar de no tener hambre, el vicio que te provoca es inmenso. 'Non stop' hasta que en el cuenco solamente quedan restos de sal, que con el tiempo desaparecen pegados en un dedo anónimo.


La música suele ser tranquila y siempre en un segundo plano para no tener que forzar tu garganta y sin que tengas que afinar tu oído. Es el mejor sitio para conversar con amigos. Eso sí, te arriesgas a que el camarero sea sabedor de toda tu vida. Su presencia siempre se deja caer a tus espaldas en el momento más interesante de la historia.

Todas sus mesas sostienen un portavelas de vidrio de color rojo con el que puedes juguetear y a la vez entibiar tus manos heladas mientras lo acaricias. 

La luz es tenue, lo cual le da un toque más personal. La cafetería tiene dos niveles, el bajo a nivel de la calle y un pequeño altillo con cuatro mesas y dos sofás, uno en cada parte. A este nivel se accede por medio de unas escaleras de madera que se quejan y vibran al son de tus pasos.
Personalmente, es el rincón que más me gusta del local. Donde a la vez que charlas puedes mirar por la ventana y observar a través de la barandilla a la gente que está en el piso de abajo, también dialogando.

Sus precios son estándar. Ni caro ni barato, pero el entorno merece la pena.

De todos los productos que ofrecen, me quedo con el zumo número doce. "Yo quiero un 12, Diego". Tengo que decir que las últimas veces que fui no cumplí con mi pedido. Mi economía me advirtió que no eran tiempos de caprichos. Mi otra opción es una coca cola, pero "normal", eso sí.

Los camareros son muy amables, aunque nosotras tenemos un don especial para sacarlos de sus casillas. Llegamos dos y nos acomodamos en una mesa de 2,3,4 personas a lo sumo. Conforme va pasando la tarde el número de personas va in crescendo. También crece el número de sillas: 5,6,7...enterrando poco a poco la mesa redonda y pequeña cubierta de vasos, paquetes de tabaco, móviles y el bol de frutos secos ya vacío. Esta situación enerva a nuestros camareros.

Sin ser consciente de que las manillas del reloj siguen su paso, es hora de regresar a casa. Después de una tarde de palique con tus amigas entre picoteo de frutos secos, trago y trago y algún que otro cigarrillo, tu mente está despejada y lista para volver a tu casa y continuar con tus obligaciones y responsabilidades.

Ir al bla bla es una rutina que echo de menos. 

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